La cajita de Pandora: un banquete de curvas
El poema es un banquete de curvas. El cuerpo del texto es voluptuoso, suculento. Virginia Janza se abre paso en el decir con la abundancia del lenguaje, presintiendo los excesos, festejando la poesía y avanzando audaz y alerta, porque siempre se puede caer en el mutismo, en la palabra-mueca, sólo un dibujo en los labios o en el papel. Es el miedo el que lleva a Pandora a cerrar la caja, cuando la lengua ya está desatada y nos muestra los dones, la sabiduría, la belleza, el amor, y con ellos, el dolor y la muerte. Todo cabe en el lenguaje. Sin embargo, no todos somos sujetos del decir. Prometeo evita exponerse al Caos; Pandora es la primera mujer que abre la caja y todo lo que sale, todo lo que ella ve y sabe, es demasiado. Se vive con culpa, se vive con carga. ¿Cómo decir, entonces, cuando sabemos que es un pecado, una desobediencia, cuando sentimos que pronunciarnos auténticamente es un error? Virginia nos ofrece una respuesta tenaz: el corazón resiste. Pasando por todos los dones del Caos, abrir la cajita es atravesar o, mejor dicho, dejarse atravesar. Entregarse y renunciar al Uno ideal, aventurarse para terminar en un renacer que no promete seguridades, porque nunca estamos listos, porque el encuentro que promete/ enmudece, porque no sabemos qué nos va a deparar el amor, y menos sabemos en qué termina el embrollo del lenguaje. ¿Valió la pena? Preguntaría Pessoa. Todo vale la pena/ si el alma no es pequeña. La cajita de Virginia Janza nos demuestra que en medio del Caos, aún en la noche del alma, la palabra poética resiste.